LITHA: LA NOCHE SAGRADA DEL FUEGO Y EL RENACER DEL SOL

Mucho antes de que la Iglesia marcase en el calendario la Noche de San Juan, los pueblos del norte y del sur ya encendían hogueras en lo alto de los montes, en los claros del bosque o junto a los ríos, para celebrar el solsticio de verano. Aquella era una noche sagrada: el momento exacto en que el sol alcanza su punto más alto en el cielo y reina con toda su fuerza. La festividad se llamaba Litha, y era una de las más importantes del calendario pagano. Las llamas no eran solo celebración: eran ofrenda, invocación, recuerdo, renacimiento.

Con la expansión del cristianismo, muchas de estas festividades fueron reinterpretadas, rebautizadas y cubiertas con el velo de lo nuevo. Donde antes se adoraba a Belenus, dios solar y protector del fuego sagrado, se colocó la figura de San Juan Bautista. Donde había hogueras para dar fuerza al astro rey, se mantuvieron las llamas pero se vaciaron de sus nombres antiguos. El ritual sobrevivió, pero bajo otra forma: la Iglesia no lo destruyó, lo transformó. Así, Litha fue convertida en la Noche de San Juan, y lo que alguna vez fue una celebración del equilibrio natural y la fuerza del sol, pasó a considerarse una simple tradición popular o una superstición folclórica.

Pero hay quienes aún recuerdan.

Y esa noche, en un claro oculto entre montañas, las llamas volvieron a encenderse con su sentido original.
Dios de la luz, del sol y el fuego… Con esas palabras comenzó el rito. El eco de la voz resonó entre los árboles, invocando una fuerza antigua que parecía despertar bajo la corteza de cada roble. Era Litha, la noche más corta del año, el momento en que el velo entre los mundos se vuelve brasa, y todo ser humano se convierte, por un instante, en portador de luz.

Las antorchas se alzaron como estrellas arrancadas al firmamento. Una a una, fueron encendidas con solemnidad. Se formó un círculo en torno a la gran hoguera central, símbolo del dios solar, cuya presencia era tangible en el calor abrasador del fuego.
Con esta hoguera te adoramos, murmuraban las voces al unísono, y el crepitar de las llamas respondía como un canto de aceptación.

La celebración no pedía permiso. Era un gozo inevitable, un estallido de vida:
Hoy estáis repletos de fuerza, gritó una mujer mientras danzaba descalza sobre la hierba.
Gozad por el poder que se os presta, añadió otro, alzando la copa. Aquella noche, la llama no era solo fuego; era conciencia, era herencia.
Sed la voz de la llama eterna, decía la vieja del poblado, y nadie dudó de que lo eran.

En Litha os brindo el calor que con mi don vierto, proclamó un joven ataviado con ramas y ceniza. Las brasas, vivas y palpitantes, traen al mundo la presencia del dios del fuego. Los cuerpos, bañados en sudor y alegría, celebran el renacer del sol.
Vivid el festejo que las llamas dan al sol, que el verano traiga su calor. Atrás queda el frío del invierno, y en la tierra ya arraiga la semilla que se sembró.

Una figura enmascarada cruzó el claro con paso solemne. En sus brazos, un haz de maderas secas que arrojó a la hoguera. La gente, reunida alrededor de aquel fulgor, aguardó en silencio.
Que las llamas cumplan su misión, proclamó.
Portad en las manos las antorchas, por las largas jornadas que verán tras hoy. Y el fuego rugió.

Calcina hasta los huesos de los muertos que entre las piras colocáis en vuestro lamento, recitó el druida, mientras una niña arrojaba una flor seca al fuego. Las llamas no solo eran símbolo de luz; eran puente y despedida.
Purifico las pobres almas malogradas de los guerreros… restablezco su noble viaje.

Desde los límites del bosque, sierpes flamígeras descendieron en procesión: figuras encapuchadas con antorchas en alto, serpenteando por los senderos como un río de fuego que desbordaba el tiempo.
Portaban antorchas estivales, perpetuando el viejo culto.

Así, en esta noche de Litha, el fuego volvió a hablar. Vivid el festejo que las llamas dan al sol. Que el verano traiga su calor.
Y mientras haya quienes caminen con la llama en sus manos y el recuerdo en su voz, el espíritu de Belenus arderá en la conciencia.

Tal como ya lo cantaron con fuerza en 2016 Salduie, los versos de “Los Fuegos de Belenus” resuenan aún entre los robles:
“Con esta hoguera te adoramos… Que la más breve noche traiga un nuevo ciclo que le dé fuerza al sol.”