El viento rugía con fuerza, arremolinándose entre los árboles nevados y silbando en las chimeneas de las casas. El cielo, oscuro y pesado, se iluminaba de tanto en tanto con relámpagos que rasgaban la noche. Para los aldeanos, esos rayos no eran motivo de miedo; eran señales del poderoso Thor, el dios del trueno, que vigilaba desde las alturas. Era la séptima noche de Yule, una de las más importantes del ciclo de las doce noches, consagrada al protector de Midgard y su martillo, Mjölnir.
En el centro de la aldea, el fuego ceremonial ardía alto y cálido. Las familias se reunían a su alrededor, cargadas de ofrendas y esperanza. Bajo el Árbol de Yule, decorado con ramas de pino, figuras talladas de madera y pequeñas piedras grabadas con runas, los niños escuchaban con atención mientras los ancianos narraban las hazañas del dios. Thor no era solo un guerrero: era el defensor de los mortales, aquel que con cada golpe de su martillo mantenía el caos y la destrucción alejados del mundo.
La tormenta que rugía sobre ellos no era casualidad. Decían que en esta noche Thor recorría los cielos, su martillo arrojando rayos y su carro, tirado por cabras, retumbando como el trueno mismo. Cada estallido en el cielo era un recordatorio de su presencia, y los aldeanos levantaban sus jarras de hidromiel para brindar en su honor, pidiendo fuerza y protección para el invierno que aún les quedaba por soportar.
Los más fuertes del pueblo se desafiaban entre sí en pruebas de fuerza. Levantaban piedras enormes, cargaban troncos o medían su resistencia en competiciones que eran tanto un espectáculo como un ritual. Los más jóvenes observaban con admiración, esperando un día ser lo suficientemente valientes para participar. Estas pruebas no eran solo para demostrar la fuerza física, sino para conectar con el espíritu de Thor: el coraje frente a los desafíos.
Cuando las pruebas terminaban, comenzaba el banquete. Carne asada, panes dorados y jarras rebosantes de cerveza llenaban las mesas. Mientras comían, los ancianos seguían narrando historias. Hablaban de cómo Thor protegió a los dioses y a los hombres del caos, cómo luchó contra el gigante Hrungnir o cómo cruzó los cielos para enfrentarse a la serpiente de Midgard. Los niños escuchaban con los ojos brillantes, imaginando los truenos como el eco de su martillo y los rayos como destellos de su poder.
Antes de que la noche terminara, los aldeanos ofrecían pequeños martillos tallados en madera, enterrándolos bajo el Árbol de Yule como una forma de sellar la protección del dios sobre sus hogares. La tormenta solía calmarse al amanecer, y algunos decían que era Thor, satisfecho con las ofrendas, alejándose para continuar su vigilancia sobre el mundo.