2ª NOCHE DE YULE: NOCHE DE LA CACERÍA SALVAJE

En las frías noches de invierno, las antiguas culturas nórdicas y celtas celebraban un momento sagrado: el renacimiento del Sol. Según la tradición, la Diosa, en su aspecto de Madre Oscura, daba a luz al Sol niño en el solsticio de invierno, marcando el inicio de días más largos y luminosos. Este mito representaba la esperanza, el renacimiento y la promesa de un nuevo ciclo de vida, incluso en la oscuridad más profunda. Las familias honraban este evento con rituales, encendiendo el tronco de Yule, un elemento cargado de simbolismo.

El tronco, decorado con ramas de pino, acebo y cintas, se colocaba en el fuego para que ardiera lentamente durante toda la noche. Las llamas no solo calentaban el hogar, sino que representaban la luz que regresa al mundo, mientras las cenizas se conservaban como amuletos protectores para el año venidero.

Con el tiempo, y la expansión del cristianismo, este ritual fue transformándose. La narrativa del renacimiento del Sol se fusionó con la del nacimiento de Cristo, quien también simboliza la luz que ilumina la oscuridad. En lugar de un tronco en la chimenea, surgió el árbol de Navidad como el nuevo símbolo de la temporada. Decorado con luces, frutos y adornos, el árbol conserva la esencia del Yule Log: la celebración de la vida, la luz y la esperanza.

La magia de Yule, ahora transformada, sigue viva en estas tradiciones modernas. Mientras la Diosa daba luz al Sol en los mitos paganos, el árbol navideño ilumina los hogares con su brillo, recordándonos que la oscuridad nunca es permanente y que la luz siempre encuentra su camino de regreso. ¿No es asombroso cómo estas historias, aunque reinterpretadas, han perdurado a lo largo de los siglos?